sábado, 16 de julio de 2016

El Ahuizotl

Dentro del imaginario mexihcatl existieron muchas historias de fenómenos misteriosos y de monstruos, algunos de los cuales pueden explicarse científicamente. Otros no tanto. Tal es el caso de una criatura mítica que los nativos conocían bien y que atemorizó a los europeos cuando llegaron a Tenochtitlan: el ahuizotl.
La etimología de este vocablo es, como muchas del nahuatl, debatida. Muchos lo traducen como “perro del agua”, “nutria”, “el que tiene muchas espinas”, “espinoso de agua”, etc. La definición de este ser es como una mezcla de todas esas acepciones. El ahuizotl era un animal, parecido a un perro, que habitaba las zonas lacustres y en general vivía en aguas profundas (tan abundantes en esa época). Su pelo era color negro y corto, igual que sus orejas puntiagudas, y al final de sus extremidades poseía manos y pies como de mono. Su larga cola terminaba en una especie de mano como de humano, la cual era su arma principal.
El ahuizotl atraía a las personas de una forma muy peculiar: Se escondía en el agua, y comenzaba a emitir un sonido idéntico al llanto de un bebé. Cualquiera que pasara cerca pensaría que se trataba de un bebé ahogándose, o quizá que había sido abandonado. En todo caso, el llanto alertaba al que pasaba por ahí, y hacía que fuera a buscar al infante. Una vez que el hombre o mujer se asomaba al agua y se encontraba lo suficientemente cerca, el ahuizotl lo sujetaba de la cara y/o cuello con la mano que tenía en la cola, y lo arrastraba a las profundidades del lago o río donde habitaba.
Luego de un par de días, el cadáver de la persona aparecía de vuelta en la superficie. ¿Cómo sabían los mexihcah que una persona había sido asesinada por el ahuizotl? Fácil, este ser dejaba una marca inconfundible en los cuerpos: se comía los ojos, uñas y dientes de su víctima. Sólo los tlamacazqueh (sacerdotes) consagrados a Tlaloc podían sacar ese cuerpo del agua; porque, aunque pudiera parecer cruel, lo que hacía el ahuizotl era matar a todos aquellos humanos cuyas almas eran elegidas por Tlaloc para ir al Tlalocan, una especie de paraíso terrenal. Entonces el cadáver tenía un estado casi sagrado, y por eso solo los sacerdotes podían tocarlo y llevárselo para hacer los rituales correspondientes.

Como podemos ver, el trabajo del ahuizotl era importante, ya que no mataba a la gente por gusto, sino porque esas personas estaban destinadas a irse al paraíso, por lo que se debe decir que no eran seres malignos, más bien eran los que debían hacer el ‘trabajo sucio’. A los españoles sí les causaba temor porque pensaban que esta criatura era “cosa del diablo”. Concluyo comentando que es muy curioso que, para llegar a Tlalocan, las personas debían morir de maneras que al parecer son bastante dolorosas: Ahogarse, ser asesinados por ahuizotl, o ser fulminados por un rayo.

 -Publicado originalmente por Adrián Achcauhtli Pérez, en abril de 2016

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