Dentro del
imaginario mexihcatl existieron
muchas historias de fenómenos misteriosos y de monstruos, algunos de los cuales
pueden explicarse científicamente. Otros no tanto. Tal es el caso de una criatura
mítica que los nativos conocían bien y que atemorizó a los europeos cuando
llegaron a Tenochtitlan: el ahuizotl.
La etimología de
este vocablo es, como muchas del nahuatl,
debatida. Muchos lo traducen como “perro del agua”, “nutria”, “el que tiene
muchas espinas”, “espinoso de agua”, etc. La definición de este ser es como una
mezcla de todas esas acepciones. El ahuizotl
era un animal, parecido a un perro, que habitaba las zonas lacustres y en
general vivía en aguas profundas (tan abundantes en esa época). Su pelo era
color negro y corto, igual que sus orejas puntiagudas, y al final de sus
extremidades poseía manos y pies como de mono. Su larga cola terminaba en una
especie de mano como de humano, la cual era su arma principal.
El ahuizotl atraía a las personas de una
forma muy peculiar: Se escondía en el agua, y comenzaba a emitir un sonido
idéntico al llanto de un bebé. Cualquiera que pasara cerca pensaría que se
trataba de un bebé ahogándose, o quizá que había sido abandonado. En todo caso,
el llanto alertaba al que pasaba por ahí, y hacía que fuera a buscar al
infante. Una vez que el hombre o mujer se asomaba al agua y se encontraba lo
suficientemente cerca, el ahuizotl lo sujetaba de la cara y/o cuello con la
mano que tenía en la cola, y lo arrastraba a las profundidades del lago o río
donde habitaba.
Luego de un par
de días, el cadáver de la persona aparecía de vuelta en la superficie. ¿Cómo sabían
los mexihcah que una persona había
sido asesinada por el ahuizotl? Fácil,
este ser dejaba una marca inconfundible en los cuerpos: se comía los ojos, uñas
y dientes de su víctima. Sólo los tlamacazqueh
(sacerdotes) consagrados a Tlaloc
podían sacar ese cuerpo del agua; porque, aunque pudiera parecer cruel, lo que
hacía el ahuizotl era matar a todos
aquellos humanos cuyas almas eran elegidas por Tlaloc para ir al Tlalocan,
una especie de paraíso terrenal. Entonces el cadáver tenía un estado casi
sagrado, y por eso solo los sacerdotes podían tocarlo y llevárselo para hacer
los rituales correspondientes.
Como podemos
ver, el trabajo del ahuizotl era
importante, ya que no mataba a la gente por gusto, sino porque esas personas
estaban destinadas a irse al paraíso, por lo que se debe decir que no eran
seres malignos, más bien eran los que debían hacer el ‘trabajo sucio’. A los
españoles sí les causaba temor porque pensaban que esta criatura era “cosa del
diablo”. Concluyo comentando que es muy curioso que, para llegar a Tlalocan,
las personas debían morir de maneras que al parecer son bastante dolorosas:
Ahogarse, ser asesinados por ahuizotl, o ser fulminados por un rayo.
-Publicado originalmente por Adrián Achcauhtli Pérez, en abril de 2016
-Publicado originalmente por Adrián Achcauhtli Pérez, en abril de 2016
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